

Tus pensamientos te iluminan. No los apagues.
Huyes de tus propios pensamientos porque te enseñaron a temerlos.
Los llamas ruido, ecos mentales, un tribunal incesante que te juzga en el silencio. Buscas apagarlos con el estruendo del mundo: más trabajo, más distracción, más voces ajenas.
Crees que en el silencio habita el monstruo.
Pero esa creencia es la jaula. Es el plomo de tu Nigredo.
La alquimia te invita a un acto de coraje revolucionario:
¿y si tus pensamientos no fueran el enemigo?
¿Y si, en lugar de ser la voz del miedo, fueran el faro de la verdad?
Tus pensamientos son una luz. No los apagues.
Cuando una idea dolorosa regresa una y otra vez, no lo hace para torturarte.
Vuelve porque te señala una herida que aún sangra y necesita tu atención.
Huir de ella es como huir de la linterna que te muestra dónde tropezaste en la oscuridad. Apagar el pensamiento no cura la herida: solo garantiza que volverás a caer en el mismo lugar.
El acto sagrado de la Separatio es comprender que tú no eres tus pensamientos, pero que ellos son tus guías más leales.
Te iluminan. Te muestran sin piedad el oro escondido bajo la ceniza del miedo, las creencias que te encarcelan, la verdad de tu alma que anhela ser escuchada.
No temas la luz de tu propia mente.
Aprende a sentarte en silencio y a escuchar su mensaje.
Al principio su brillo puede cegarte, pues tus ojos se han acostumbrado
a la penumbra de la mentira.
Pero si perseveras, esa luz dejará de ser un juicio
y se convertirá en tu brújula.
Tus pensamientos no son el monstruo. Son el guardián del tesoro.
La Senda continúa en El Umbral.

