

Tus heridas no te definen: te forjan.
Es en la herida donde empieza tu fuerza…
No es una pregunta, peregrino.
Es la afirmación que te ha traído hasta este umbral.
Llegas creyendo que eres la suma de tus fracturas;
que tu identidad es un mapa de cicatrices trazado por el dolor.
Pero esa creencia es la jaula más antigua.
Es el plomo de tu Nigredo.
Has sentido el peso de esa armadura forjada en el fuego del trauma, de la pérdida o del miedo.
Has creído que te protegía, sin advertir que también te inmovilizaba.
Decidir soltarla es el inicio de tu Albedo: el blanqueamiento, la purificación.
Es el acto sagrado de la Separatio —la elección consciente de la Gnosis: no soy mi dolor.
Sanar no es olvidar la herida; es transmutarla.
Como el maestro del Kintsugi, que no oculta la grieta sino que la llena de oro,
el alquimista del alma comprende que la herida no es su debilidad,
sino el punto exacto por donde entra la luz.
Tus heridas no te definen.
Te entregan la materia prima.
Te ofrecen el oro de la Compasión, la plata de la Sabiduría y el hierro del Propósito.
Con ellas te conviertes en el único artesano capaz de forjar tu verdadero ser.
Has escuchado la llamada.
Estás listo para reclamar tu poder de artesano.
La Senda continúa en El Umbral.

